5 de febrero de 2016

La Revolución de Danilo Medina

Por Eduardo Jorge Prats
En su gran discurso de proclamación como candidato presidencial del Partido de la Liberación Dominicana, Danilo Medina habló de “acelerar nuestra revolución social pacífica y ordenada”, “nuestra revolución tecnológica moderna y humana; y nuestra revolución ética, moralizadora y libertadora”. Quien oye hablar de revolución –principalmente en estos tiempos en donde, pese al surgimiento del terrorismo fundamentalista y la
reactivación de los viejos conflictos étnicos, es un lugar común rayano en el cliché hablar de “fin de la historia”, “fin de las ideologías”, y “fin de los discursos emancipatorios o revolucionarios”-, se sonríe con escepticismo sino burla socarrona. Precisamente eso es lo que han hecho algunos voceros de la oposición, quienes, como es normal, no desaprovechan la ocasión para lanzar sus críticas –ácidas o no- al gobernante.

Y, sin embargo, la revolución –o el discurso revolucionario- se mueve. Y, por si fuera poco, en el país menos propenso a los fervores revolucionarios: Estados Unidos. En efecto, la premisa central de la apuesta presidencial de Bernie Sanders es desatar una “revolución política que transforme nuestro país económica, política, social y medioambientalmente”. Uno podrá discutir qué tan viable es el proyecto de Sanders en unas primarias de un Partido Demócrata cuya maquinaria es hegemonizada por Hillary Clinton, cuáles son las posibilidades de un presidente Sanders alcanzando todas las metas de su revolución política, o qué tan revolucionarias son sus propuestas en un mundo en donde, como bien afirma Jacques Rancière, “la dominación del capitalismo depende hoy de la existencia de un Partido Comunista chino que le provee a las empresas capitalistas deslocalizadas mano de obra barata y que despoja a los trabajadores de sus derechos de auto organización”. No obstante, lo que es innegable es el “appeal” de la propuesta revolucionaria de Sanders, que permitió al senador independiente de Vermont ponerse en Iowa a sólo dos décimas para empatar con Clinton y posiblemente le lleven al triunfo en New Hampshire.
En el caso del presidente Medina, su propuesta de una “revolución social” tiene como virtud poner en el centro del debate y de las políticas públicas nacionales una realidad que nunca ha estado en el tapete de la arena pública dominicana y solo más recientemente, gracias a los cambios de paradigmas en la ciencia económica y la nueva agenda de las organizaciones internacionales, forma parte de estas políticas: la necesidad de erradicar la pobreza estructural. Sin entrar en la discusión –casi bizantina- que ocupa a los economistas de cómo calcular la pobreza, de cuántos han dejado de ser pobres y de quién es clase media, tema que merece una columna aparte, lo más importante del discurso de Medina es su énfasis en dar “prioridad a los que más necesitan, sacando a millones de personas de la pobreza, acabando con la miseria”, su insistencia en la necesidad de que logremos una “disminución de la pobreza” y la “erradicación de la pobreza extrema”, su compromiso de seguir “trabajando sin descanso para sacar a cientos de miles de dominicanos más de la pobreza y la vulnerabilidad”, su abordaje de la información y la tecnología de la comunicación no como un lujo, sino por el contrario, como “herramientas esenciales para el progreso y la superación de la pobreza en todos los niveles”, el considerar a la pobreza y la desigualdad como los dos grandes enemigos y el de declarar irrenunciables las conquistas sociales que hemos logrado. Eso es sencillamente atípico en un presidente y en un candidato presidencial dominicano: de nuevo, Medina, parafraseando su célebre eslogan, ha dicho y hecho lo que nunca se había dicho ni hecho.
¡Pero no solo eso! Sin renunciar a las posibilidades y beneficios de programas que, inspirados en el exitoso y emblemático Bolsa Familia del Brasil de Lula y Roussef, implican transferencias monetarias directas a los más pobres, lo que ejecuta y lo que propone continuar y ampliar en un segundo mandato el presidente Medina, está muy alejado del populismo al que nos tienen acostumbrados cierta nueva izquierda progresista latinoamericana. En efecto, de lo que nos habla el presidente es de atraer nuevas inversiones nacionales y extranjeras para generar cientos de miles de empleos de calidad y dignos para las familias. En ese sentido, la revolución de la que habla y que lleva a cabo Medina es sobre todo una revolución capitalista que es, a fin de cuentas, la verdadera revolución pendiente en la República Dominicana. Y es que a la República Dominicana le hacen falta más capitalistas propietarios y menos proletarios. Ahora bien, el capitalismo del que se habla no es solo el de la gran propiedad. Por eso el presidente Medina insiste en que no nos concentremos solo en la macroeconomía de las grandes inversiones generadoras de empleos sino también en la micro-economía de la economía familiar, del microcrédito y del apoyo al pequeño productor. Aquí Medina se inscribe en la vieja tradición dominicana de liberalismo social iniciada en el siglo XIX por Pedro Francisco Bonó y Ulises Francisco Espaillat, quienes siempre defendieron la pequeña propiedad, al hombre del campo y al trabajo de la tierra como base del progreso.
En fin, y lo que no es menos importante, Medina apuesta no solo porque los dominicanos erradiquemos la pobreza sino sobre todo por “apoyar como nunca a nuestra clase media”, “para que siga ampliándose y sea el motor que nos permita convertirnos en una sociedad plenamente desarrollada y justa”. Y acierta, de nuevo, aquí el presidente: solo así podremos diseñar políticas públicas que no sean a la medida de aquellos grandes capitalistas que no quieren libre competencia ni de los políticos que quieren mantener siempre empobrecidas a las grandes masas para que así sean una permanente reserva de voto clientelar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La Caracola agradece su disposición de contribuir con sus comentarios positivos, siempre basados en el respeto a los demás y en la ética de la comunicación popular.